Hada. Días de lluvia


     Los días de lluvia de la niñez, Hada, los recordaba con chubasquero, botas de agua, paraguas en mano y saltando ríos abundantes de camino al colegio. Todo el trayecto era cuesta arriba y las carreteras eran riadas a la vez que lo que restaba de calzada para caminar era resbaladiza en algunos puntos. "Me imagino la tarea de mi madre de llevarnos al colegio un día así... Una carrera de obstáculos." Piensa. Ya no recuerda si le gustaba mucho o poco, la verdad. Recuerda ir abrigada como una cebolla sin pasar frío y recuerda pensar que ojalá nevara como en las películas y dibujos de la tele. Una vez hizo tanto frío que los charcos de agua del patio del colegio se congelaron atrapando hojas marrones de forma de estrella en su superficie.
    Más adelante cuando iba sola al instituto recuerda que la lluvia le caía bien. Tal vez por llevar la contraria. Siempre quería llevar la contraria al mundo y a todo el mundo le disgustaba la lluvia. A ella le parecía que el cielo tenía que llorar para limpiarse y limpiar la gris ciudad y de paso a lo mejor le limpiaba el alma a ella misma... A veces le gustaba bajar el paraguas y que le cayeran en la cara las gotas de agua... Luego volvía a levantar el paraguas y pelear contra las corrientes de aire. En casa en cambio le gustaba mirar por la ventana de su habitación, abierta a todo el horizonte, veía el cielo encapotado desde el mar hasta las montañas de Collserola y mojando todos los toldos, patios y balcones. Veía las gotas contra el cristal de la ventana y se encuriosecía esperando a ver cuál resbalaba hacia abajo antes. Luego estudiaba, o escribía, o dibujaba... Pese a sus deberes siempre sacaba algo de sí que sentía auténtico, creativo, genuino aunque verde, inmaduro e inacabado. Siempre pensó que no era aún su momento y que la vida le iría preparando para lanzarse y darle forma a todas esas cosas sueltas que salían de ella con su propia voz, como un alter ego escondido dentro.
    No sabe en qué momento la lluvia y ella dejaron de ser amigas y el agua la arrastraba por dentro... Quedaba atrás la ingenua mirada infantil, incluso la ingenua juventud. En lugar de limpiar, la lluvia enturbiaba. Hada era el tiesto vacío, sucio de restos de tierra y sin flores, sacudido y abandonado en un jardín, entonces el agua la llenaba y le retorcía desde dentro todos los restos que quedaban embarrándola. Duró muchos años esa sensación, ya no se sentía genuina, ni auténtica, ni que tuviera nada que contar. Quería creer que seguía siendo un diamante en bruto pero no se sentía así ni de lejos. Perdió el norte y ahora lo seguía a la zaga, a trompicones, sin guía, improvisando, recibiendo la lluvia como una lección y levantando la cabeza a lo desconocido. 
     Ahora sale a la calle cuando llueve y a veces le incomoda, según si va sola o con compañía, según si tiene que ir a comprar o va por libre... A veces se siente vieja preocupándose por todo lo que conlleva una sola acción.
    Otras veces simplemente sale y el agua, el frescor, el cielo blanquecino y el sonido del agua en el asfalto la envuelven y recupera esa sensación de libertad, de ser capaz de volar y ser más de lo que es. Entonces respira hondo e intenta abrazarlo hasta el último segundo porque una vez pasa el momento de magia... Se acaba. Se niega a que el resto de su vida sea así, una cadencia de sentimientos y emociones, y por eso piensa que aún puede, de alguna manera, reencontrarse con su otro yo, el que vivía completamente inmerso en el todo es uno y uno es todo, vivía la vida al momento, sin miedo, con dudas y con ganas de enfrentarlas.

    Sigue llovendo y el inexorable paso del tiempo hace mella en Hada, pero, pese a su frágil caparazón de tiesto vacío , la lluvia y el viento han plantado una semilla que está germinando lentamente y cuando vea la luz del sol crecerá sin reparos haciendo a Hada más fuerte.

    Ella ya sabe cuál es su camino, sólo está hibernando su energía sin saberlo, encogida como una oruga antes de su metamorfosis.


FIN

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